Consulado español de París. Durante uno de los días primeros del mes de septiembre de 1976. Un hombre se ha presentado ante el primer funcionario de la cancillería y ha reconocido ser miembro del Partido Comunista de España. Pretende regularizar su situación con la obtención de un pasaporte de residente y no, como se le ofrece, con un pasaporte de transeúnte; él se empeña en la primera opción, pues está en vísperas de regresar al lugar de donde partió hace años y quiere poder llevar consigo sus pertenencias.
-Lo siento –se disculpó el propio Consul-, pero no podrá ser de otra forma. ¿Y cuánto tiempo lleva usted en Francia?
-Desde el año 39 –respondió “el apátrida”.
-¿Cómo?
-Mire usted, no se haga cábalas. Si le he dicho que soy un comunista español, comprenderá que hemos tenido que movernos ilegalmente, con papeles falsos...
inalmente, el 2 de octubre de 1976, el ciudadano Domingo Malagón Alea volvió a pisar tierra española. Atrás quedaban 38 años de exilio y clandestinidad. Con su regreso, Malagón, quien durante casi cuatro décadas fuera el responsable técnico del equipo de documentación falsa del PCE, ponía fin a una dramática y a su vez hermosa paradoja vital. “Mirad como me han salido las cosas –comentó el propio Domingo en más de una ocasión- cuando después de sortear no pocas dificultades hubiera podido llegar a ser un artista de éxito, si por éxito entendemos el reconocimiento y el aplauso general del público (la irrupción del golpe militar del 36, impidió que Malagón terminase Bellas Artes): al final, no sé si he logrado ser un artista, pero si sé, desde luego, que el éxito de mi actividad venía dado, al margen de otras consideraciones técnicas, por el logro de la mayor discreción posible”.
Madrileño, del barrio de Chamberí; Malagón nació en el seno de una familia humilde, un 28 de noviembre de 1916. Huérfano de padre cuando aun no había cumplido los tres años, dio con sus huesos infantes en el Hospicio de El Pardo, donde padeció cualquier tipo de vicisitudes y penalidades que al mismo Charles Dikens se le hubiesen podido ocurrir.
A los siete años pasó de El Pardo al Hospicio de La Paloma (también en Madrid), donde Malagón pudo beneficiarse ya de la existencia de talleres que propiciaban a los alumnos el aprendizaje de oficios, así como de clases de caligrafía, dibujo, modelado, etc,. Durante su estancia en La Paloma y, apoyado por alguno de sus profesores consiguió aprobar el acceso a la Escuela de San Fernando de Bellas Artes. Corría el curso de 1933-34. Casi de forma inmediata Domingo entró en contacto con la Federación Universitaria de Estudiantes (FUE), una organización de estudiantes progresistas fundada en 1927.
Pocas semanas después de que se produjera la sublevación del 18 de julio, Malagón, junto a otros compañeros de La Paloma, se incorporó al Quinto Regimiento, formando la 8ª Compañía de Acero, con destino en la sierra de Madrid, y allí, en Boadilla del Monte, sería herido el 6 de noviembre de 1936. Una vez recuperado, se reintegró a la defensa de Madrid. Su alta en el PCE –como tantas otras altas- se produjo en este periodo histórico. Entrado ya 1938, fue enviado a Cataluña donde prestaría servicios diversos. En el momento de su salida a Francia ocupaba el puesto de Instructor de la 16 División.
Al otro lado de los Pirineos, primero fue Barcarès y después St Cyprien, los campos de concentración por los que pasó Domingo. Durante su estancia en el primero de ellos, el 14 de junio de 1940, se produjo la entrada de Hitler en París. Al cabo de pocos días Pétain, mediante la firma del armisticio, entregaba a los alemanes 3/5 partes de Francia. Así las cosas, Malagón, escapado de St Cyprien y escondido en Perpiñán, comienza lo que habría de acabar siendo una soberbia contribución a la lucha clandestina. “Fue utilizado –se dice en un informe del PCE de julio de 1945- en algún trabajo especial de reproducción de documentos y piezas de identidad, para lo cual parece ser un virtuoso. Con este motivo fue retirado del trabajo general. Es Leal y discreto “.
Concluida la II Guerra Mundial, una buena parte de los efectivos del PCE desperdigados por medio mundo se reorganizan en Francia. Poco a poco, a base de mucha constancia, mucha precaución y, sobre todo, mucha necesidad, se va consolidando el “equipo técnico”, eufemismo que maquillaba su concreta naturaleza: la preparación de documentos falsos que posibilitaban, con la dictadura como telón de fondo, el entrar y salir de los camaradas. La consolidación del “equipo técnico”, se produjo hacia 1950, cuando el régimen de Franco, aún con muchas restricciones, permite que los españoles puedan salir del país. Hasta ese momento, el acceso al “interior” había de hacerse a través de las sendas montañosas de Pirineos y al amparo de la noche. Ya en España, y una vez que los proscritos cambiaban sus ropas de montaña por los pertinentes atuendos civiles, era cuando “las carteras” preparadas por Domingo entraban en acción. La apertura de fronteras supuso un salto de enormes proporciones en la posibilidad de incrementar la lucha antifranquista; tan “sólo” se necesitaban pasaportes...
Quien fuera responsable político de Malagón durante algún tiempo, Jorge Semprún, en suAutobiografía de Federico Sánchez (1977), aludió de lleno a la obra de Domingo y a “su genialidad de falsificador”. “Voy a callarme el nombre –por esas fechas aún se tentaba la ropa Semprún -, a silenciar la identidad del camarada que fabricaba nuestra documentación, ese camarada al que tantos debemos la libertad, y algunos la vida, porque eran los papeles que fabricaba o amañaba tan prodigiosamente parecidos a los auténticos que nadie podría sospechar de ellos; y alguna vez le he visto trabajar, manejar casi amorosamente las tintas, las gomas, los plásticos, los colores, las imprentillas, los hornos, en un taller donde los documentos falsos adquirían categoría de objetos artísticos, de salvoconductos fraternales para cruzar los posibles temporales de la vida clandestina”.
Domingo Malagón ha muerto rodeado de los suyos, de sus hijos, de sus nietos, de sus vecinos y camaradas de Parla (Madrid), donde era un personaje muy conocido, y también muy respetado. Una calle del municipio madrileño lleva su nombre. Habría sido un buen pintor, pero se “quedó” en revolucionario…
Mariano Asenjo, es periodista y coautor, junto a Victoria Ramos, de “Malagón. Autobiografía de un falsificador”. Ed. El Viejo Topo, 1999
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