Existen muchos tipos de violencia, que las
mujeres seamos vistas como la fábrica de fuerza de trabajo, las que traeremos
al mundo a las obreras y obreros que seguirán perpetuando el sistema, y que nos
obliguen e inciten a la maternidad para “completarnos” como mujer desde
nuestras etapas más infantiles. Desde pequeñas nos regalaron bebés para
despertar ese supuesto impulso matriarcal que años más tarde culminará con un
parto. Nos compraron cocinas para ir habituándonos a nuestro futuro estilo de
vida, convirtiendo este lugar de la casa en nuestra cárcel. Nuestros juguetes
eran muñecas que implantaron en nuestra vida un canon de belleza impuesto por
los hombres, bajo las que siempre seremos juzgadas y catalogadas, y que más
tarde, nosotras mismas emplearemos, subyugando nuestro cuerpo a la norma impuesta
bajo la talla 34.
Nos enseñaron desde
películas infantiles que las mujeres éramos seres débiles que siempre
necesitaban de un príncipe para que las salvara, y que abandonaban toda su vida
anterior, y se casaban con ese hombre que llegó a su vida hacía diez minutos y
que la besó incluso cuando esas mujeres se encontraban en un estado
inconsciente. Se preocuparon por enseñarnos a vivir bajo ese amor romántico que
tanto daño ha hecho, donde los celos no eran malos, donde un desconocido puede
enamorarte y alejarte de toda persona que te rodeaba, porque te ama y tú debes
recompensárselo con tu vida. No podíamos dudar de aquello, nuestra vida
dependía de un hombre, que aún no había llegado, pero que sabíamos que iba a
llegar, y que debíamos esperar para jurarle amor y fidelidad para toda la
eternidad, la meta en nuestra vida es vivir condicionadas por una figura
masculina.
En los medios de información y propaganda,
tales como películas, revistas, series de televisión, en nuestras propias
casas, desde las propias instituciones, chicas debían besar a chicos y
viceversa. Algunas nos desviamos, y nunca mejor dicho, de esa línea. Tuvimos la
osadía de romper con la heteronormatividad, y fuimos castigadas no sólo con
insultos. Somos esas mujeres que hemos sido mal folladas, que estamos deseando
que llegue otro hombre a corregir nuestro error, porque nunca hemos probado a
alguien como a ese héroe que como en las películas que nos enseñaron, vendrá a
rescatarnos para sacarnos de nuestra torre, o de “nuestra acera”. Somos
aquellas que vienen a robaros a vuestras mujeres, por si no quedaba claro que
somos propiedad que podemos expropiar. Desprendemos un halo de exotismo, y los
hombres tienen derecho a disfrutarlo, y a dejar bien claro cuál es su posición
y la nuestra en una actividad como el trío que nos proponen cada vez que nos
ven con una mujer. Pero aún quedan unas pocas que pueden ser salvadas, y los
hombres lo saben. Si llevas tacones, vistes con falda, y llevas el pelo largo,
tú no eres lesbiana, él lo sabe, y tú deberías saberlo, y si no, ya está él
para convencerte de ello. Si tienes a una mujer como compañera, debes saber que
hay dos roles siempre, una es la tía, y la otra es el tío, porque todas sabemos
que hasta en nuestras relaciones siempre necesitamos de una figura masculina
para poder desarrollar nuestra vida día a día. No te faltarán las clases de
educación sexual impartidas a tus amigos, donde te pedirán detalles explícitos
de qué haces en la cama, por no hablar de las alusiones y chistes constantes
sobre la tijereta como símbolo mundial que representa nuestra desviación. Además,
ten en cuenta que no puedes follar con una mujer, si no hay pene, no hay sexo,
deja que ellos te den clase sobre un tema en el que se encuentran muy versados,
y si tienes relaciones sexuales con una mujer, debes tener en cuenta la
promiscuidad que practicamos entre mujeres, y sobre todo entre lesbianas, algo
totalmente aberrante excepto si eres hombre, ya que es por el bien de la
perpetuación de la tribu y de la especie. Puede que incluso no seas lesbiana,
pero tu estética y comportamientos, “poco afeminadas”, porque como a estas
alturas deberías saber aquí hemos nacido para cumplir cada rol impuesto, sean
atribuidos por y para ellos mismos, y te incluyan con nosotras. Aún así, eres
bienvenida, compañera.
Las transexuales llegan al punto de atentar
incluso contra la propia naturaleza, y eso es algo que no se puede permitir.
Enfermas, patológicas, deben ser tratadas bajo supervisión psiquiátrica durante
determinado tiempo para poder ser hormonadas y posteriormente operadas. Durante
ese tiempo, alguien ajeno a ti determinará si estás lista para ser mujer o para
ser hombre, midiendo unos comportamientos, unos roles que han sido marcados
como de uno y otro género, fomentando así la normatividad donde nadie se puede
salir de lo impuesto. Si quieres ser mujer, deberás vestir con tacones,
maquillarte, sentarte con las piernas cruzadas, si no, no pasarás jamás de
curso, ni te darán el diploma que certifique que de verdad eres una mujer y
cumples como tal.
Si no cumples con ninguno de estos
requisitos, tranquila compañera, sólo te queda aguantar que viajes en el vagón
del metro y alguien te tenga que silbar, sin haber preguntado si acaso te
importaba su opinión, pero eso es algo que obviamos, debemos escuchar siempre
lo que nos dicen los hombres, incluso aunque no nos interese, sobre todo si
tiene que ver con nuestro físico, con la “belleza”, porque como bien diría el
misógino de Salvador Sostres, al hombre se le mide por sus talentos, a la
mujer, por su belleza, cada uno con sus cualidades. Algún día puntual incluso
debes soportar que alguno se crea que eres una muestra de degustación gratuita,
y pueda llegar a tocarte cualquier parte del cuerpo. O puede que cuando te
sientes, el hombre considere que no tiene suficiente espacio con su sitio, que
también debe invadir el tuyo, su comodidad es lo primero, recuérdalo. Algún día
se te ocurrirá la locura de llevar la contraria en algún debate a un hombre,
cuando para empezar, ni deberías haber opinado, eso es campo exclusivo para
ellos, y más si tienes la ocurrencia de retar al macho alfa, pero tranquila, él
arreglará esa situación tan desagradable aleccionándote desde sus grandes
conocimientos, aunque ignore los tuyos, aunque por ser mujer, ya tengamos
concebido que serán menores a los suyos. De vez en cuando, tendrás que ver cómo
un grupo de amigos intercambian fotografías tuyas, o tu número. Más a menudo
soportarás que te llamen zorra por vivir la sexualidad tal y como tú la
quieres, o puede que te llamen frígida y estrecha si decides rechazar al macho
alfa, o bollera. De nuevo, bienvenida a nuestra acera, y cada día la de más
gente.
En tu grupo más cercano, oirás día a día
insultos hacia las gordas, a las delgadas, cualquier rasgo físico que merezca
la pena señalar con tal de humillar a una mujer. En la calle tendrás que
agradecer a aquel que te ha gritado que te va a comer el coño su interés y
pasión por demostrarlo, y si le respondes de manera igual de desagradable,
habrás fracasado como mujer, ya que siempre debemos guardar la compostura,
sumisas, tranquilas, impasibles a todo ataque imperdonable a nuestra condición.
En el coche aguantarás que a priori, ya conduzcas peor que el que toma la ley
de la jungla como forma de vida en la carretera, plasmando la violencia
dominante en cualquier tipo de vía, algo que si tú adoptas, serás tachada de
loca al volante. Mujer tenías que ser. En tu puesto laboral aceptarás que se te
pague menos por el mismo trabajo que realiza tu compañero. En tu casa,
decidirás qué hay de cenar, ya que serás la encargada de esa tarea el resto de
tu vida. Fuera de ella, otros decidirán cuándo, cómo, dónde, y por qué vas a
parir. En las redes sociales convertidas en el nuevo espacio público, y por
ende su consecuente dominancia, convivirás con acoso constante ya sea de índole
sexual, o incluso político, ya que una mujer no es un ser capacitado para dar su
opinión ni hablar en el campo vedado de los hombres. Teorizarán sobre lo que es
violencia o no, ya que ellos están preparados para decidir cuáles de sus
comportamientos son los condenables y los que no, la víctima de estos nunca
puede denunciarlo, son “opiniones, visiones subjetivas, diferentes, eres una
exagerada, loca, histérica, que sólo dices gilipolleces”. Imaginad a un blanco
impartiendo clases de racismo a los Black Panthers. Con tu pareja tendrás que
soportar sus ataques de celos, “porque te quiere”, porque se cree dueño de un
objeto que no puede permitirse compartir con otros. Que espíe con quién hablas,
con quién sales, dónde, cuándo, una invasión total a tu intimidad. Que te
chantajee, ya sea por la vía violenta o la vía victimista si acabas con la
relación que tanto te absorbe. Que te mate si lo haces.
Estos son sólo algunos de los innumerables
ejemplos que vivimos las mujeres, una violencia no tan directa, sino simbólica,
como llamaba Simone de Beauvoir. El 25 de Noviembre recordamos una de las
tragedias que azotan a las mujeres desde hace ya demasiado tiempo. El Día
contra la Violencia Machista no podemos olvidar a las que han sido, son, y
serán asesinadas por su condición, por ser mujer. 700 mujeres asesinadas en la
última década, más de 600 000 viven bajo el yugo de su pareja, sin tener en
cuenta aquellas que no lo denuncian por el miedo, que son invisibilizadas por
ser inmigrantes, o abandonadas debido a los recortes que se llevan a cabo en
las asociaciones dedicadas a acabar con esta maldición, con un eje clave en
cuanto a la desigualdad que supone, el de la clase social a la que pertenezcas,
el género, la edad, la etnia, y el contexto geográfico, que puede llegar a
agravar esta opresión.
Nos encontramos con mujeres que no pueden
denunciar ante la falta de recursos económicos, y de la ineficacia judicial
ante la desgracia de la violencia de género. Observamos últimamente a jóvenes
incluso menores de 20 años que ya han sido denunciados por las que ellos
consideraban sus parejas, mujeres, objetos, propiedades. Mujeres migrantes que
son ignoradas debido a su exclusión. Incluso hoy en día, nos encontramos a
mujeres y a hombres que sólo ven maltrato cuando aparece la herida física. Esta
reducción tan simplista apenas se puede acercar a la realidad, a la influencia
tan brutal que ejerce sobre nosotras el sistema patriarcal. El maltrato físico
es la última fase de la dominación total del hombre sobre la mujer, de la
sumisión ante el miedo y la opresión, pero este sólo es el síntoma más visible,
por eso, este texto no va dirigido a lo cotidiano en nuestros discursos, como
la maternidad obligada, la doble jornada de la mujer en su puesto laboral y en
la casa, el aborto, etc. Vivimos en una sociedad que ha sido educada por y para
sostener el sistema patriarcal a base de comportamientos que consideramos como
habituales y ya mencionados anteriormente y que no tienen más función que la de
sentar las bases de esta explotación. Hoy es el día contra todo tipo de
violencia de género, no únicamente la que nos enseñan en televisión, cuando
hemos sumado una víctima más. Nos quieren en casa y sin curro, y nos tendrán en
las calles. Nos quieren sumisas y calladas, tendrán guerreras.
Cargan contra nuestros derechos,unidas lucharemos hasta vencer
Contra el patriarcado y su violencia, ahora y
siempre, acción directa